No es suicidio
Las peras amarillean, exhalan y quieren salir corriendo de
los árboles,
quieren saltar al vacío pero se quedan.
El fuego quema y aunque sea el saber más viejo cada vez que
quema uno se frustra
y vuelve a gritar
“¡quema!”
quemología, quematística, quemofilia, quema
quema las mangueras del lavarropas quema las milanesas quema
mi pelo
quema el acolchado quema el mantel
quema los papeles con promesas quema la ropa
quema las polillas las experiencias la respiración a tiempo
el fuego es eléctrico
da olor áspero cuando quema la comida (salvo los aros de
cebollas, un poco quemados son ricos)
Al amor lo queman las palabras, a la vida la quema el
pensamiento,
se trata de matarse suavemente y sin felicidad, con fuego
leve
matarse por matar, por matar la vaca por arrancar el árbol
se trata de matarse sin matar, matándose nomás.
Se trata de quemar uno a uno los hallazgos
como si una a una se encendiesen las hornallas
y en cada hornalla nos detuviésemos unos minutos para con un
candor ligero, imperceptible,
quemarnos una a una
las pestañas.
Se trata de ser un poco blando, un poco informe, de gelatina
o masa de torta cruda,
para que la voluntad quede tirada, borracha y pidiendo
monedas, a la vuelta de la esquina.
Se cae la imaginación con las últimas hojas de otoño que
caen y entonces
las exhalaciones en bloque o las purgas intestinales vienen
como la solución más recurrente,
las piernas son muy largas para este torso, el torso muy
pesado para estas piernas.
“Usted se organiza para destruirse” alguien me dijo.
La pesadilla está al borde de los labios,
baile de los chanchos,
viajes imperfectos.
Mañana es algo inmenso,
demasiado inmenso para camisa de jean y polainas,
pequeño, muy pequeño, para los que nos metemos el corazón en
la boca a cucharadas.
Triste mundo parido, abortado y vuelto a parir con remalles
y agujeros sin clavos,
destartalado.
Hay una fuerza con cola de diablo y un dios ciclotímico,
incompleto, inhallado,
hay un revuelto de kahlos y pizarniks, indigerible,
que cristaliza en
nubes de asfixia y llantos de humo que
lindan con la nada.
Es tan sencillo que da risa, que da acidez, que da espanto,
por vocación de santos y de histéricos
a lomo de tortuga llegaremos al sol para ser quemados.
El día boca abajo, de cara a las sábanas, a la pared,
hay algo de exótico y de golosina en el sufrimiento:
un voluble con volumen voluminoso, un cárnico de carne
proteinúrico
alfalfa, pasto verde para las buenas lenguas.
Hay que salir de la cáscara de maní, del grano en la frente,
de la ternura básica,
de la mosca en el
plato sin lavar, del botón descocido, del inexistente pensante.
Hay que ser la mujer sin cabeza, la serpiente emplumada, la
que corre y canta,
hay que colgarse aros de cáscara de banana, aros de sexos,
collares de golondrinas, alas sin espadas.
El 22 se rinde en los talones del recién nacido:
hay que chuparse el dedo y saltar por la ventana.
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