jueves, 17 de mayo de 2012

No es suicidio


No es suicidio
Las peras amarillean, exhalan y quieren salir corriendo de los árboles,
quieren saltar al vacío pero se quedan.
El fuego quema y aunque sea el saber más viejo cada vez que quema uno se frustra
 y vuelve a gritar “¡quema!”
quemología, quematística, quemofilia, quema
quema las mangueras del lavarropas quema las milanesas quema mi pelo
quema el acolchado quema el mantel
quema los papeles con promesas quema la ropa
quema las polillas las experiencias la respiración a tiempo
el fuego es eléctrico
da olor áspero cuando quema la comida (salvo los aros de cebollas, un poco quemados son ricos)
Al amor lo queman las palabras, a la vida la quema el pensamiento,
se trata de matarse suavemente y sin felicidad, con fuego leve
matarse por matar, por matar la vaca por arrancar el árbol
se trata de matarse sin matar, matándose nomás.
Se trata de quemar uno a uno los hallazgos
como si una a una se encendiesen las hornallas
y en cada hornalla nos detuviésemos unos minutos para con un candor ligero, imperceptible,
quemarnos  una a una las pestañas.
Se trata de ser un poco blando, un poco informe, de gelatina o masa de torta cruda,
para que la voluntad quede tirada, borracha y pidiendo monedas, a la vuelta de la esquina.
Se cae la imaginación con las últimas hojas de otoño que caen y entonces
las exhalaciones en bloque o las purgas intestinales vienen como la solución más recurrente,
las piernas son muy largas para este torso, el torso muy pesado para estas piernas.
“Usted se organiza para destruirse” alguien me dijo.
La pesadilla está al borde de los labios,
baile de los chanchos,
viajes imperfectos.
Mañana es algo inmenso,
demasiado inmenso para camisa de jean y polainas,
pequeño, muy pequeño, para los que nos metemos el corazón en la boca a cucharadas.
Triste mundo parido, abortado y vuelto a parir con remalles y agujeros sin clavos,
destartalado.
Hay una fuerza con cola de diablo y un dios ciclotímico, incompleto, inhallado,
hay un revuelto de kahlos y pizarniks, indigerible,
 que cristaliza en nubes de asfixia  y llantos de humo que lindan con la nada.
Es tan sencillo que da risa, que da acidez, que da espanto,
por vocación de santos y de histéricos
a lomo de tortuga llegaremos al sol para ser quemados.
El día boca abajo, de cara a las sábanas, a la pared,
hay algo de exótico y de golosina en el sufrimiento:
un voluble con volumen voluminoso, un cárnico de carne proteinúrico
alfalfa, pasto verde para las buenas lenguas.
Hay que salir de la cáscara de maní, del grano en la frente, de la ternura básica,
de la mosca en  el plato sin lavar, del botón descocido, del inexistente pensante.
Hay que ser la mujer sin cabeza, la serpiente emplumada, la que corre y canta,
hay que colgarse aros de cáscara de banana, aros de sexos,
collares de golondrinas, alas sin espadas.
El 22 se rinde en los talones del recién nacido:
hay que chuparse el dedo y saltar por la ventana.




No hay comentarios:

Publicar un comentario